sábado, 10 de mayo de 2014



Me cae de madres. 

La tranquilidad que te lleva por un camino desconocido, la seguridad visceral que te acoge en el peor y más desafortunado de los casos, la dulzura más cálida, la compañía perfecta que convierte en jolgorio cualquier instante, la perfecta arrogancia moralmente permitida,  un refugio veraz que nos abastece y protege sin importar el precio, aún si ese mismo cobraría con su subsistencia, y no habría más que un problema, el de volver a hacerlo, puesto que vida solo hay una.

La mente algunos ser puede ser inundaba por esta marea de sentimientos y acciones que describen su origen, origen luminoso y amoroso en el  interior de una esencia que es a su semejanza, aunque ellos son los semejantes a la esencia.

Pero de algo estoy seguro, que todo lo anterior es bárbaramente carente e inigualable, a lo que cualquier mujer está dispuesta a hacer y sentir, siempre y cuando sea una verdadera madre.

El viento más  afable y envolvente se puede convertirse en el más belicoso, solo sí el ser de sus entrañas se vea la intemperie, aunque sea sólo el más leve y fútil daño que agreda su integridad. El amor incondicional es aquella habilidad innata e implícita que surge, no el momento al abrir paso a una nueva vida, sino al guiarla y procurarla, preparándola con las suficientes herramientas para enfrentar cualquier desventura, pero aún con los mejores instrumentos, nunca serán suficientes, y la compañía materna nunca estará de más.

El amor progenitor no encontrará adversidad que no crea vencer, y es posible que lo sea, porque va más allá de lo físicamente humano, algo cósmico y agnóstico, que ni siquiera las afortunadas de obtenerlo son capaces de entenderlo o explicarlo, pero sí de sentirlo y expresarlo.




“PARLE”

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