Me cae de madres.
La
tranquilidad que te lleva por un camino desconocido, la seguridad visceral que te
acoge en el peor y más desafortunado de los casos, la dulzura más cálida, la
compañía perfecta que convierte en jolgorio cualquier instante, la perfecta
arrogancia moralmente permitida, un
refugio veraz que nos abastece y protege sin importar el precio, aún si ese
mismo cobraría con su subsistencia, y no habría más que un problema, el de
volver a hacerlo, puesto que vida solo hay una.
La mente
algunos ser puede ser inundaba por esta marea de sentimientos y acciones que
describen su origen, origen luminoso y amoroso en el interior de una esencia que es a su semejanza,
aunque ellos son los semejantes a la esencia.
Pero de algo
estoy seguro, que todo lo anterior es bárbaramente carente e inigualable, a lo
que cualquier mujer está dispuesta a hacer y sentir, siempre y cuando sea una
verdadera madre.
El viento más
afable y envolvente se puede convertirse
en el más belicoso, solo sí el ser de sus entrañas se vea la intemperie, aunque
sea sólo el más leve y fútil daño que agreda su integridad. El amor
incondicional es aquella habilidad innata e implícita que surge, no el momento al
abrir paso a una nueva vida, sino al guiarla y procurarla, preparándola con las
suficientes herramientas para enfrentar cualquier desventura, pero aún con los
mejores instrumentos, nunca serán suficientes, y la compañía materna nunca
estará de más.
El amor
progenitor no encontrará adversidad que no crea vencer, y es posible que lo
sea, porque va más allá de lo físicamente humano, algo cósmico y agnóstico, que
ni siquiera las afortunadas de obtenerlo son capaces de entenderlo o
explicarlo, pero sí de sentirlo y expresarlo.
“PARLE”
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