sábado, 21 de septiembre de 2013

Del orador al oyente, y viceversa.

Hablar ante una multitud ha sido siempre un acto de valentía pura. Al oyente se le pueden transmitir tantas cosas mediante la expresión, se han dado casos, en regiones remotas, de oradores que incitan revoluciones, o bien, linchamientos.
El orador carga con una enorme responsabilidad.
Entre estos existen distintos tipos, tan variados que no resultaría practico mencionar a todos. Lo mismo con los oyentes, sin embargo, poco importa este.
En el ámbito personal me considero un oyente discreto y atento, difícilmente expreso mis dudas al orador, o al resto del público, prefiero resolverlo de una forma mas modesta y probablemente errónea, dentro de mi cabeza. Soy un oyente frecuente, prefiero no ocupar el sitio del orador, la discreción, esa cualidad que tanto aprecio, me convierte en alguien gris frente a las multitudes.
En mi larga carrera como oyente me tocó presenciar en mas de una oportunidad a un orador... peculiar, por llamarle de alguna manera. Un tipo serio y organizado, esto se advertía desde su aspecto. Siempre con esa gabardina gris, llena de pelusas casi invisibles para quien no observa, los mismos zapatos negros perfectamente lustrados, el traje, que si bien podía cambiar, seguía siempre la linea de pantalón negro y camisa blanca, acompañado de una corbata, que al igual que las pelusas, pasaba por alto a la vista, los calcetines, mayormente marrones, en ocasiones con rombos, por lo general estos coincidían con los días nublados y fríos, tan abundantes en esta ciudad, una feliz casualidad. La cara reflejaba la serenidad del satisfecho, relajado, pero no intransigente, con pocas arrugas y ojeras prominentes, imposible calcular la edad en su rostro.
 Doctor de profesión, o al menos es lo que nos hizo creer, ya que el don de la verdad es otra de las cualidades del orador, a priori al oyente no le queda mas que aceptar como verdad los datos que el orador proporciona.
En todas las conferencias a las que fui a lo largo de mi vida (no ahondare en razones) nunca vi al frente a alguien con tan poca capacidad de abstracción, incluso el mas serio llegaba a divagar, contándonos alguna de sus vivencias y relacionándola con el tema tratado. Sin embargo el no lo hacía, eran tan centrado, sabía donde comenzaba, y sabía a donde se dirigía, un poco como los conductores de autobús, con una ruta marcada, pero el, sin la atadura de la obligación.
Lo miraba y lo escuchaba con lastima, su trabajo tan organizado y pulcro, me producía nauseas. ¡Puaj, que malestar me trae su recuerdo!
Era la elocuencia hecha conferencista, nunca caía en la contradicción.
Lo recuerdo bien, nos hablaba siempre de las funciones del cuerpo humano. El cuerpo, esa cosa tan predecible, con funciones tan perfectas. Este orador era un cuerpo, perfecto y predecible.
La mente debe estar para eso que hace tan bien, quien quiera que la haya diseñado seguramente la hizo para divagar, tal vez el mismo divagaba mientras la diseñaba. Estoy seguro de que esa es su función primordial.
Me da tanta lastima aquel hombre/cuerpo, carente de mente, atado a los sentidos.


El Amargo.

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