viernes, 15 de agosto de 2014

Ansias.

Están en varias partes, comienzan por la espalda, con un ardor horrible, están presentes en el estomago, te lo revuelven y se expanden provocando nauseas, están en la cabeza hacen que duela, casi al punto de explotar, estas también se expanden, van de la cabeza a la cara, sientes un intenso calor y presiente como se ruboriza tu rostro, llegan a los ojos, los llenan de lagrimas. Al final, desde todos los puntos se reúnen y se concentran en la garganta, con un nudo insoportable que no te deja pronunciar palabra. Se salen las lágrimas con sollozos entrecortados, aprietas tus puños y golpeas lo que tengas a mano, te sientes débil, impotente, frustrado, empequeñeces, la habitación se vuelve grande, quieres gritar y no puedes, quieres morir y no mueres. Dejas tus propias uñas marcadas en las palmas de tus manos de tanto apretar los puños, deshaces tu cama, tiras tus libros, descuelgas la ropa y la lanzas furioso, pasas tus manos por tu cabello una y otra vez. Cuando el nudo de tu garganta se rompe y logras pronunciar palabra lo unico que salen son lagrimas y un grito de dolor profundo, de esos que duelen en una parte incierta del ser, tal vez en el alma. Pierdes fuerzas, caes al piso abatido y ahí viene la parte mas trágica del llanto, cuando la mente deja de oponerse, cuando los sollozos se liberan en su totalidad. Lloras en el piso, sin fuerza, te retuerces de dolor, no por voluntad, pataleas desesperado como si quisieras salir de una honda fosa donde te ahogas. Tu cara está irreconocible, roja, mojada, con un gesto descompuesto. El llanto te sofoca, no te deja ni pensar, la rabia te aprieta, comienzas a ponerte morado, en verdad no puedes respirar. Sacas fuerzas, te levantas, das una patada al viento, desganada, te tiras a la cama y lloras, el tiempo ha dejado de correr, ese instante parece infinito y justo cuando crees que morirás, caes en el profundo sueño, desgastado por el llanto. Esa noche duermes como un bebé, tienes sueños reconfortantes que ni siquiera le dan espacio a una pizca de realidad.
Te levantas por la mañana y los recuerdos atacan, te miras al espejo, despeinado, con la ropa aún puesta porque no reparaste en quitártela la noche anterior.
¡¿Cuando chingados llegará el día en que dejes de sentirte agobiado por la necesidad de decir la verdad?! ¿Cuando podrás vivir cobarde como el resto omitiendo el "y si yo hubiera"? ¿Cuando aprenderás a ser un feliz ignorante? ¡Deja de envidiar y aprende, maldita sea!
Trágate esas ansias, la jugada casi nunca te sale.


- R.S.

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