El corazón sufre y solo el sabe por cuanto tiempo, sin duda, es el dolor mas fuerte. Pero la piel, la piel también sufre, también extraña.
Extraña la piel la de la ex pareja con la que se revolcaba cada noche en un aluvión de deseo. Sudor, saliva, semen, fluidos varios que dejaban mojado el lecho con los dos cuerpos rendidos, agitados, que fumaban un cigarrillo mientras reunían fuerzas para el próximo. Arriba, abajo, gritando, gimiendo, con voces que vienen, creo yo de la parte mas primitiva del alma. Saciando pasiones como si de una sed se tratara, sacando fuerzas en cada embestida, intentando contenerse para no venirse tras cada salvaje choque. Reducidos en una habitación oscura, ella pensando en el amor y tu poseído por las ganas, por el inclemente instinto que dilataba sus pupilas. La piel extraña todo eso. Los delicados roses en la regadera, el tierno abrazo que llevaba a las situaciones pasionales mas burdas bajo los chorros de agua que cuando tratabas de respirar hondo ellos te cortaban e intentaban ahogarte, sin mucho existo por fortuna. Los momentos en que ella desfilaba la nueva lencería, y de como terminaba llamándote a la cama. En la mesa con sus padres, cenando y charlando como si nada importase, mientras ella por debajo jugueteabas con los pies, al tiempo que tu subías la mirada a sus ojos y ambos entendían lo que entre sus miradas corría, ambos podían presentirse desnudos uno delante del otro, con la vista ella podía hacerte el mejor sexo oral que cualquiera hubiera deseado, con la vista tu podías azotarla de una forma salvaje y tierna contra la pared. Se miraban en plena cena y se deseaban, a ambos les subía el color rojo, les corrían gotas de sudor por la frente, le daban ambos tragos profundos a sus respectivas copas de vino, y sin poder contenerse mas, tras la cuarta copa y la enésima mirada, se levantaban presurosos, alegando estar cansados, corrían a la habitación entre besos brutales, de esos que te devoran la cara, besos en el cuello que ponían a temblar las rodillas. Y cuando llegaban al cuarto, a los tumbos, sin siquiera prender la luz, se tiraban en la escalera, ella se deshacía de sus zapatillas, tu te quitabas la camisa como si esta te quemara la piel, y así comenzaban, la vida era el sexo prolongado y continuo, todo lo tenía implícito. El olor encerrado en la habitación de la que no salían en días, el calor intenso de esas horas, las gotas de sudor que corrían por la espalda y que causaban escalofríos.
Pero la piel te habla, con cada centímetro y te dice que esos son solo caprichos, te hace recordar cuando un simple beso en la mejilla te erizaba completo, te habla de como esa otra chica te satisfacía con el simple echo de entrelazar sus manos. Te recuerda que la chica que te vio sin ropa tantas veces, nunca pudo verte desnudo. Al final, hasta la piel sabe que el corazón está en lo cierto pese a no ser nada sensato.
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