No sé desde cuando, la verdad es que no lo recuerdo, pero hubo un día en que un gato naranja apareció y lo cambió todo. Al principio no era nada extraordinario, tan solo un gato que merodeaba y que de vez en cuando llamaba mi atención, pero poco a poco fue volviéndose habitual. No había nada especial en su merodear, solo que era el unico ser vivo al alcance de mi vista, caminaba por las aceras aledañas, buscando algo, tal vez comida. ¿Como saberlo con certeza? Quizá lo que buscaba era sentido, tal vez ese gato me ignoraba deliberadamente, para impedir que interfiriera en su búsqueda. Se movía de una esquina a otra, se recostaba en el paso de cebra, a veces trepaba un árbol pequeño y permanecía contemplando. Quizá el pequeño felino escalaba allá y se quedaba abstraído recordando un triste tango, lamentándose en silencio, mirando a la luna. Quizá ese gato y yo no eramos tan distintos, tal vez solo esperaba el momento en que yo le invitara a pasar y le ofreciera una taza de té y su correspondiente cigarrillo, o por lo menos una calada del mío. Quizá quería hablar sobre la triste búsqueda de sentido que nos traía por el piso a los dos. Pero no, ese gato era mas sensato, el si se arrastraba sin ninguna vergüenza, el no pretendía mantener ninguna imagen, el era sincero, buscaba algo y lo demostraba, lo demostraba con su incesante vagar por las calles. Y yo no mostraba mas que una triste actitud cobarde, tan humana. En cierta forma yo era el rastrero. Seguro que ese gato me odiaba, seguro que le producía nauseas, tal vez por eso mantenía el contacto visual al mínimo posible. Seguro se burlaba en silencio de como le daba características humanas a su pensamiento. Seguramente el era capaz de procesos mentales mas complejos.
No recuerdo cuando fue la primera vez que lo vi, ni tampoco cuando fue la ultima, a veces creo que ese gato llegó y se fue de forma gradual. Que malos modales.
Ese gato nunca fue nada extraordinario, es solo que nunca lo escuché maullar.
-R.S.
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