Parte 1
Existía un reino cuyo
poder era tan basto que era capaz de producir su propia energía, la cual
resultaba absolutamente suficiente e incluso podía dar el servicio de abastecer
reinos periféricos. Esta tecnología era venerada de tal que hasta viajeros
procedentes de los más remotos lugares acudían pues para presenciar cómo era
posible tal trabajo.
Por supuesto que los
gobernantes tenían claro cuál era la función de esa máquina que transformaba el
oro en una fuente inagotable de energía. Un sólo lingote era suficiente para
abastecer tres reinos durante cien años. Toda clase de beneficios proporcionaba
la máquina salvadora del Hombre. Todos poseían energía suficiente para llevar a
cabo las actividades cotidianas en cada pueblo. Por ende, parecía que cada
aspecto de la vida en sociedad dentro de estos pequeños reinecillos era
pacífica y fructífera.
La guerra que había
cesado decenas de años antes, tuvo como consecuencia la fragmentación de lo que
antes se conocía como naciones democráticas.
Dentro de las
rupturas cosechadas, se encontraban los territorios que a continuación
conformarían la Tríada de Reinos. Fueron buenos años para ellos. Poco se sabe
de cómo obtuvieron ensamblar la máquina conversora. Pero era evidente que un
día algo tendría que cambiar. Quizá porque ellos no fueron los únicos
sobrevivientes de la última oleada de ataques que sufrió el planeta a manos de
sus propias bombas de destrucción masiva-atómica. Quizá porque mientras ellos
recibían el azar providencioso y gozaban de todos sus avances, los
supervivientes tuvieron que re-fundarse. Ya no se cristalizaron en nuevos
Hombres, los llamados bárbaros cultivaron una idea en ellos. Concluyeron que el
único producto de pasar la vida tejida en sociedad, en ciudades- Estado, en
Imperios, en Repúblicas, finalmente resultó en la aniquilación casi total de
todos los individuos.
Pero aquellos
individuos que sobrevivieron para formular este pensamiento, tomaron como
enemigo a la Triada de Reinos, y sus límites consistían solamente en su poder.
No exigían una moral; no tenían religión; no había dirigentes. Era una
asociación pura de poder. Los únicos que pertenecieron a la inmensa mayoría de
gente pobre, que fue exterminada por ese ataque de hace décadas, forjaron su
poder, forjaron su amor por sí mismos, para no sólo derribar, sino superar y
postrarse por encima de lo que hasta ahora representaba la máxima historia de
arrebatos y genocidios hacia los individuos.
K.B
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