jueves, 21 de agosto de 2014

Canta, Plata Azul


Parte 1
Existía un reino cuyo poder era tan basto que era capaz de producir su propia energía, la cual resultaba absolutamente suficiente e incluso podía dar el servicio de abastecer reinos periféricos. Esta tecnología era venerada de tal que hasta viajeros procedentes de los más remotos lugares acudían pues para presenciar cómo era posible tal trabajo.
Por supuesto que los gobernantes tenían claro cuál era la función de esa máquina que transformaba el oro en una fuente inagotable de energía. Un sólo lingote era suficiente para abastecer tres reinos durante cien años. Toda clase de beneficios proporcionaba la máquina salvadora del Hombre. Todos poseían energía suficiente para llevar a cabo las actividades cotidianas en cada pueblo. Por ende, parecía que cada aspecto de la vida en sociedad dentro de estos pequeños reinecillos era pacífica y fructífera.
La guerra que había cesado decenas de años antes, tuvo como consecuencia la fragmentación de lo que antes se conocía como naciones democráticas.
Dentro de las rupturas cosechadas, se encontraban los territorios que a continuación conformarían la Tríada de Reinos. Fueron buenos años para ellos. Poco se sabe de cómo obtuvieron ensamblar la máquina conversora. Pero era evidente que un día algo tendría que cambiar. Quizá porque ellos no fueron los únicos sobrevivientes de la última oleada de ataques que sufrió el planeta a manos de sus propias bombas de destrucción masiva-atómica. Quizá porque mientras ellos recibían el azar providencioso y gozaban de todos sus avances, los supervivientes tuvieron que re-fundarse. Ya no se cristalizaron en nuevos Hombres, los llamados bárbaros cultivaron una idea en ellos. Concluyeron que el único producto de pasar la vida tejida en sociedad, en ciudades- Estado, en Imperios, en Repúblicas, finalmente resultó en la aniquilación casi total de todos los individuos.
Pero aquellos individuos que sobrevivieron para formular este pensamiento, tomaron como enemigo a la Triada de Reinos, y sus límites consistían solamente en su poder. No exigían una moral; no tenían religión; no había dirigentes. Era una asociación pura de poder. Los únicos que pertenecieron a la inmensa mayoría de gente pobre, que fue exterminada por ese ataque de hace décadas, forjaron su poder, forjaron su amor por sí mismos, para no sólo derribar, sino superar y postrarse por encima de lo que hasta ahora representaba la máxima historia de arrebatos y genocidios hacia los individuos.


K.B


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