Caminaba por la Barceloneta de la mano de la nana, de lejos veía a mis hermanas jugueteando, corriendo y gritando, a nuestro lado mis padres hablando en tono serio y cordial. Era de mañana, quizá las diez o las once, algo así. Le solté la mano a mi nana y eche a correr a la mar siguiendo a mis hermanas que para ese momento iban ya bastante lejos, tropecé y las perdí de vista, pero vi el mar, parecía gentil y manso, me invitaba a entrar, me levanté y con cautela me acerqué al agua, dejando que mojara primero mis pies, iba con una bermuda y un suéter. De lejos escuchaba a mi madre gritar "dile que se quite el suéter, carajo" me deje caer en la orilla, y me quedé sentado jugueteando con el agua, mientras la nana decía "Dóna'm el suèter, Rodrigo" una y otra vez, yo la ignoraba feliz y es ¿por que me tendría que quitar el suéter? así estaba bien.
Me metí un poco mas y me tiré de panza en el agua nada profunda, con el suéter, por cierto. Dejaba que mi nariz tocara la arena. Levanté la vista y observe una pequeña ola venir acercarse a mi, me lanzó fuera del agua, recuerdo el sabor del agua y la sensación cuando entraba por mi nariz y me revolcaba. Perdí el conocimiento, no recuerdo mas. Cuando me recuperé estábamos cenando en un restaurante con sillas altas, yo estaba seco y mi nana trataba de hacerme comer los espárragos. Me gustaban los espárragos, pero me gustaba mas hacerme el duro, luego de varias mañana compartiendo con mis compañeros del jardín de niños había entendido que la labor de alguien de nuestra edad era hacer las cosas complicadas. Ese era mi trabajo y yo lo cumplía a rajatabla. "Menja, si us plau, cor, que estan molt rics" me decía la pobre chica. Al final los comí, como dije, me gustaban.
Durante el camino de vuelta recuerdo que miraba fascinado desde la ventanilla del auto la ciudad de Barcelona. No me gusta estar ahí, me aterraba, pero verla de lejos me hacía sentir mas valiente, de lejos la obra de Gaudí no me asustaba igual. Me sentía aliviado.
Llegamos a Girona, casa al fin, me acuerdo con mucho cariño de esa puertita de madera que separaba el pequeño jardín frontal de la calle. Llovía y yo bajé corriendo del auto para abrir esa puertita y entrar, mi madre desde el coche gritaba "¡el suéter!" No recuerdo si era porque lo llevaba puesto o es que lo había olvidado.
Entré a casa y el olor a panellets, mi abuelo en la cocina que me recibía con un cálido abrazo y me preguntaba "¿Se ha divertido mi nen?" yo le sonreía. Mi padre, detrás de mi, mirándonos. Y mi abuelo que le decía una y otra vez "Como se parece a ti"
Esa noche me quedé dormido mirando a la ventana, el árbol que rosaba el vidrio, y escuchando las gotas golpeando.
Fue el primer día en que que no dije una sola palabra, nadie pareció notarlo.
- R.S.
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